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24/9/13
La caña de bambú
Había un
precioso jardín que, nada más verlo, hacía soñar. Estaba allí, junto
a la casa del Señor. La puerta, siempre abierta, era invitación
silenciosa para todo aquel que deseara encontrar un momento de paz y
de sosiego. El mismo Señor acudía todas las tardes a pasear por su
jardín.
Siempre se fijaba, era
inevitable, en un cañaveral en el que destacaba una preciosa caña de
bambú plantada, con sus hermanas, en el centro de un rico conjunto
de flores y plantas. Ella y sus compañeras ofrecían, en grupo, un
espectáculo peculiar: daban sombra, eran la imagen de la fortaleza y
de la grandiosidad de la creación. Ciertamente, entre todas las
cañas hermanas, ella la hermosa caña, llamaba la atención por su
esbeltez, altura y elegancia. Toda la gente pensaba que era la
preferida del Señor. Le encantaba verla así: más alta, robusta y
bella que las demás plantas. Era la más fuerte y recia ante los
vientos invernales, e imperturbable ante los calores del verano.
Pronto se dio cuenta de que, ella, la más destacada caña de bambú,
era "especial" para el Señor.
Un día se acercó el
Señor al jardín y, como siempre, fue a contemplar el hermoso
conjunto que formaban las cañas hermanas. Con mucho amor, serenidad
y firmeza le dijo a la más esbelta:
- Mi querida caña
de bambú, te necesito
Ella no entendía que el
Señor se hubiera dignado a dirigirse personalmente a ella. Tampoco
comprendía por qué el Señor le había concedido el privilegio de
decirle: "Te necesito". Veía claramente que el Señor le
hablaba con un amor especial. Por ello no le costó nada responder:
- Estoy en tu
jardín, Señor, soy toda tuya..., cuenta conmigo para lo que quieras.
El Señor escuchaba
atentamente la respuesta disponible de la vigorosa caña de bambú. No
esperaba otra cosa de su planta predilecta. Pero no quería
precipitarse en su propuesta, no quería herirla, ni lastimarla.
Deseaba proponerle su proyecto de amor, de tal manera, que ella lo
pudiera aceptar con la misma ternura que él ponía en sus palabras.
Lentamente, como si comunicara un misterio prosiguió:
- Es que, mi
querida caña de bambú, para contar contigo tengo que arrancarte.
- ¿Arrancarme?
¿Hablas en serio? ¿Por qué me hiciste entonces la planta más bella
de tu jardín?
¿Por qué me hiciste crecer junto a unas cañas
hermanas?. Por favor, Señor, cualquier cosa menos esto .
El Señor, poniendo más
ternura aún en sus palabras, con la serenidad que sólo viene del
amor, no retiró la propuesta:
- Mi querida caña
de bambú, si no te arranco no me servirás.
Quedaron un largo rato
los dos en silencio. Parecía que no sabían qué decir. Hasta el
viento detuvo su ímpetu respetando el misterio. Los pajarillos del
jardín olvidaron su vuelo y su canto. Lentamente..., muy
lentamente..., la caña de bambú inclinó sus preciosas ramas y hojas,
y dijo con voz muy queda:
- Señor, si no
puedes servirte de mí sin arrancarme, arráncame.
- Mi querida caña
de bambú -añadió el Señor-, aún no te lo he dicho todo. Es
necesario que te corte las hojas y las ramas.
- Señor, no me
hagas eso. ¿Qué haré yo entonces en el jardín? Seré un ser ridículo.
Y otra vez le dijo el
Señor:
- Si no te corto
las hojas y las ramas no me servirás.
Entonces el sol,
estremecido, se ocultó. Los pájaros huyeron del jardín pues temían
el desenlace. Temblando..., temblando..., la caña de bambú decidida
y abandonada sólo pudo decir estas palabras:
- Pues...,
córtamelas.
Continuó el Señor:
- Mi querida caña
de bambú, todavía me queda algo que me cuesta mucho pedirte: tendré
que partirte en dos y extraerte toda la savia. Sin eso no me
servirás.
La caña de bambú ya no
pudo articular palabra. Silenciosa y amorosamente abandonada, se
echó en tierra, ofreciéndose totalmente a su Señor.
Así el Señor del jardín
arrancó la caña de bambú, le cortó las hojas y las ramas, la partió
en dos y le extrajo la savia.
Después la llevó junto
a una fuente de agua fresca y cristalina, muy cercana a sus campos.
Las plantas de aquellas tierras del Señor hacía tiempo se morían de
sed, estando tan cerca del agua. Un pequeño roquedal impedía que el
agua llegara a los campos. Con mucho cariño el Señor ató una punta
de la caña de bambú a la fuente, y la otra la colocó en el campo. El
agua que manaba de la fuente comenzó, poco a poco, a desplazarse
hacia las tierras cercanas, también propiedad del Señor, a través de
la caña de bambú.
El campo comenzó a
humedecerse y reverdecer. Cuando llegó la primavera el Señor sembró
arroz. Fueron pasando los días hasta que la semilla creció, y llegó
el tiempo de la cosecha.
Y fue tan abundante
que, con ella el Señor pudo alimentar a su pueblo.
Cuando la caña de bambú
era alta y esbelta, la más bella de sus hermanas, vivía y crecía
sólo para sí misma, hasta se autocomplacía en su elegancia y
esbeltez.
Ahora, humilde y echada
en el duro suelo del roquedal, se había convertido en prolongación
de la fuente de vida que el Señor utilizaba para alimentar su casa y
hacer fecundo su Reino.
Jaume Boada i Rafi
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